lunes, 29 de diciembre de 2008

INDIO SOLARI EN LA PLATA: LA COMUNIDAD PERDIDA

La comunidad perdida



Autos oxidados, construcciones bajas y precarias, algunas derruidas, pastizales crecidos, esqueletos de fábricas abandonadas, muchos basurales: entramos al conurbano bonaerense. El tren atraviesa Quilmes, Berazategui, Hudson. La distancia entre estaciones se alarga y brota el campo. El vagón está lleno pero no repleto. Casi todos van a Tolosa, la estación más cercana al Estadio Único de La Plata donde esta noche se presentará el Indio Solari por segunda vez. Hablan, ríen, cuentan el tiempo que falta para llegar a destino, se quejan de que el tren está demasiado calmo mientras Vencedores vencidos suena una y otra vez en el grabador portátil. Llegamos al Estadio alrededor de las 21:00hs. pero tenemos casi treinta minutos más para sortear los controles de la seguridad privada y llegar a la Platea A. Diez minutos después, cerca de las diez de la noche, aparece el Indio. La gente se pone de pié y el campo ruge, las cabezas se sacuden y parecen un mar de olas revueltas. Las pantallas gigantes avisan las épocas musicales: blanco y negro para temas ricoteros y para su primer álbum solista; colores y psicodelia para Porco Rex. El efecto en el público parece inverso: cada tema de la etapa redonda es acompañado por el cuerpo, las gargantas exhaustas, las manos en alto, el deseo que explota por encontrar a su objeto. El resto del tiempo, que es mayoritario, se siente un repliegue del ánimo que a veces orilla el aburrimiento. La diferencia es grande: miradas distraídas, cuerpos quietos, a ratos, silencio. Y aquí es donde surgen las dudas. Me arriesgo a pensar que la mayoría que puebla el estadio (éste de La Plata, pero también los de Jesús María y San Luis.), está esperando a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota pero se encuentra con un espectáculo que le recuerda lo que no está. Se encuentra con fragmentos de una totalidad conocida y venerada que intentan ocupar el espacio dejado por su propia ausencia. Fragmentos que buscan rearmarse de otra forma frente a una continuidad amalgamada por la complicidad de la pasión compartida pero también por la historia. La historia del grupo que también es la historia de una época. El silencio que se instala cuando el repertorio ricotero retrocede da cuenta de este desfasaje: público y espectáculo parecieran habitar dos épocas diferentes donde las ideas y aspiraciones modernas de uno se enfrentan a la posmodernidad fragmentada del otro. Uno queda en suspenso, entra en un paréntesis del que intenta salir a fuerza de rituales conocidos pero, a la vez, con cierta negativa a aceptar la totalidad de la herencia en la figura del otro. El público ricotero ama al Indio Solari con la misma intensidad que a la comunidad perdida de Patricio Rey. Ella los configuró, los puso en escena, los sacó del gris anonimato de masa excluida, de humanos rotos y mal parados, y de alguna forma, los volvió protagonistas. Y ese protagonismo se transmitió de generación en generación. Se volvió culto y resistencia; exigió sacrificio y peregrinación; se cobró una vida y esa sangre, esos golpes, ese tránsito por los circuitos incómodos los volvió indispensables. Esta comunidad mítica, sin embargo, no es sustituible, ni recambiable. La comunión se da sólo bajo ciertas condiciones. Fuera de ellas, el desafío será qué hacer con el pasado.