martes, 14 de diciembre de 2010

LOS EXTRANJEROS: EL ODIO, EL PACTO Y LA MUERTE


Los extranjeros, el odio, el pacto y la muerte


La pertenencia es uno de los aspectos más vulnerables en la actualidad. La movilidad acelerada de la modernidad hace que aquélla resulte frágil, inestable. Se pertenece por destino a un territorio, un país, una ciudad, y esto podría llegar a constituir una de las pocas constantes a lo largo de la vida. Cuando el hombre se ve obligado al desplazamiento, es decir, a perder ese dominio adquirido por nacimiento, lo demás empieza a volverse relativo. El que permanece toda su vida en un mismo sitio milita, sin saberlo a veces, en distintas formas del fundamentalismo. De allí el rechazo al extranjero, el temor no solamente a verse reflejado en un futuro potencial sino a develar la inconsistencia de esa creencia fundacional de pretendido valor absoluto. Para el que jamás se movió de un sitio, salvo por turismo o estancias temporales, ese traslado radical suele verse como una hecatombe emocional. Un manto de sospecha cubre al extranjero no tanto por sus diferencias con los nativos (en el lenguaje, en el aspecto físico, en las costumbres), sino por aquella renuncia al suelo común, a la tranquilizadora complicidad que se proyecta y reproyecta sobre los cuerpos sin pedir explicaciones. El exacerbado amor a la patria, antes en la figura de héroes y mitos, hoy a través de manifestaciones multitudinarias, o alimentado por peligros reales o fabricados, configura al moderno y le da la ilusión de una comunión trascendental con ese suelo natal, donde uno no termina de completarse sin el otro (o donde uno corre peligro de disolución sin el otro). Esta forma de religión pagana, que tanto instaura a sus dioses como dicta sus mandamientos, pecados y redenciones, no es exclusividad de pensamientos de derecha y de fascistas. Anida de manera más o menos visible en todas las ideologías y estratos sociales y tiene más que ver con la relación que entabla cada pueblo con el movimiento y con la muerte. El extranjero encarna aquello que a fuerza de geografía hereditaria se pretende negar. Es el que visibiliza con sus desplazamientos tanto la transitoriedad de la vida como la imposibilidad de las fundaciones. Es el que rompió el pacto, desbarató la serie, desvirtuó el espejo. Ese acuerdo tácito donde también se funda la moda y por lo que está tan relacionado con la muerte.

jueves, 9 de diciembre de 2010

TOBAS, INMIGRANTES Y JOVENES POBRES

La humanidad suprimida
Sobre los últimos asesinatos en Villa Soldati, en Formosa y en Barracas

En los dos últimos meses fueron asesinadas en la Argentina cuatro personas a manos de fuerzas del Estado. Ayer fue el turno de dos inmigrantes, una mujer de origen boliviano y un hombre de origen paraguayo, que ocupaban el Parque Indoamericano en Villa Soldati durante una operación de desalojo. En todos los casos, los crímenes fueron la respuesta a los reclamos por el ejercicio de sus derechos, el trabajo, la tierra, la vivienda. Que niños se mueran de hambre en la Argentina es una aberración que al parecer, y dado el silencio que suele rodear a este hecho, ya está naturalizada. Cuando el hambriento o desesperado abandona su posición pasiva (increíblemente pasiva dicho sea de paso), el final se acelera puesto que el proceso de inanición o de desgaste resulta lento frente a la urgencia de los intereses inmediatos (ya fuera desalojar una ruta, como en el caso de Formosa, o de recuperar un terreno y volverlo redituable, como en Soldati). Como bien lo dijera hace unos meses un sacerdote católico, el mundo está produciendo gente que no sirve ni siquiera para ser descartada. Son residuos en versión original, imposibles de ser contemplados en política alguna, de salud, vivienda, educación o trabajo. Imposibles de ser integrados ni siquiera a nivel urbanístico. Por eso, por este proceso de supresión de sus características humanas, y sobre todo, de sus derechos humanos, por esta falta de relevancia entre su humanidad y la de sus victimarios, es que resulta tan fácil suprimirlos. Y que esa supresión levante tan pocas voces de reclamo. Hay una complicidad entonces entre los que dictan las ordenes, los que las ejecutan y los que, apoltronados en diferentes niveles pero todavía contemplados como hombres y mujeres, observamos las imágenes televisivas como si se tratara de una revuelta en Angola.

jueves, 2 de diciembre de 2010

DIEZ AÑOS DE REVISTA CONTRATIEMPO


Algunas reflexiones en torno a los diez años de Contratiempo
Un dibujo, un par de ensayos, el nombre del sitio ocupando la pantalla, en caracteres de alto impacto, todo en fondo negro: esa fue la primera portada de Revista Contratiempo, hoy extraviada, que subió a la red a fines de noviembre de 2000. No había grandes proyectos, apenas la voluntad de publicar trabajos que presionaban en cajones y computadoras. Sí, en cambio, ciertas certezas de lo que no queríamos hacer, de dónde no queríamos estar. En la imaginación colectiva de entonces sobrevolaba la idea de que nada demasiado bueno podía gestarse en la red. La superficie de la pantalla constituía la metáfora exacta de lo que se esperaba de ella; su parecido con la televisión, otro paria de la cultura considerada seria, le socavaba toda credibilidad y condenaba a la excomunión anticipada a las producciones que pretendieran algo diferente al pasatismo o la divulgación. La circulación, producción y distribución de la cultura sufrieron con la red profundas transformaciones. El autor se volvió editor y difusor de sus propias ideas, se obvió la intermediación y se garantizó la recepción. Pero esa misma impunidad liberadora de normas, cánones y anquilosamientos varios, a la vez, provocó los extremos de la época actual, donde la palabra pareciera estar en el horizonte de su propia saturación. Declina por proliferación indiscriminada y poco rigurosa, aún en ámbitos donde se espera de ella alcances transformadores. La cultura que tiene por fin objetivar la palabra para volverla redituable, atenta directamente contra las posibilidades liberadoras del pensamiento y de la comunicación verdadera. La inmediatez y la trivialidad configuran la mirada y moldean las sensibilidades en la precariedad e indigencia, lo que tarde o temprano repercute en todos los ámbitos y niveles. Eso es lo que a diez años de la creación de Contratiempo nos preocupa. La cultura en la Argentina está atravesando un mal momento, tal vez, y desde hace mucho tiempo, uno de sus niveles más bajos. Enumerar las pruebas de esta afirmación parece ocioso. Basta con echar un vistazo a universidades, claustros y producciones editoriales para comprobar que la excelencia le ha dejado su lugar a intereses ajenos a la producción de conocimientos. El diálogo auténtico no existe –apenas, debates cómplices, por lo general para ratificar pertenencias o convalidar nombres redituables a la hora de recaudar. El objetivo editorial parecería ser la digestión rápida, aún en aquellos textos que se pretenden fuera del interés comercial. Se sabe muy bien que el público suele ser más numeroso cuanto menos dificultades ofrezca para el pensamiento el producto de turno. Pensar implica visualizar un problema, un desafío, una incomodidad, a veces una obsesión. No importa cuál fuera el objetivo, la reflexión bordea siempre aquello último que ya no se puede enunciar y cuya afasia nos exige ese merodeo exhaustivo, una transitoria liquidación de nuestras fuerzas en torno al mismo, esa aproximación que espera y desespera pero que, en la certidumbre de nuestra impotencia, suele extraer del que piensa lo más valioso. Esta práctica de la intransigencia, de la rigurosidad, de la no concesión a la pirotecnia que prometen reflectores, columnas periodísticas, cargos o premios pautados de antemano, constituye una herencia, mucho más que la obra en sí. Una garantía de resguardo espiritual contra malversaciones y adoctrinamientos. Contra las malas épocas, como ésta. Pero ésta es la nuestra, nosotros la habitamos, es nuestro tiempo, un tiempo que se nos agota. No nos conformamos con la queja: después de todo, y como solemos afirmar a menudo, no estar, no convalidar, no apañar, también es una postura creativa. Desde allí, desde aquel lugar que construimos con un fondo negro, unos pocos links y un grabado, con algunas pocas certezas de lo que no queríamos hacer, hace diez años atrás, y que se ha transformado en este espacio con múltiples recorridos, seguiremos pensando.

FOTO: NAHUEL LEVINTON



Buenos Aires, 30 de noviembre de 2010

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