miércoles, 25 de mayo de 2011

TAXI DRIVER: EL HOMBRE HÍPER MODERNO

¿Me hablas a mí?
El hombre está de pie frente al espejo. Gesticula, amenaza, insulta. De pronto el silencio y el famoso interrogante: ¿Es a mí? ... Entonces, ¿a quién demonios le hablas si no es a mí? Aquí no hay nadie más que yo, prosigue asombrado. Y sí, allí no hay nadie más: la expresión es literal porque solo está él y ese replicar tácito que adquiere identidad propia y que, por la misma ausencia, violenta a su emisor. Aunque parezca lo contrario, el personaje de Taxi Driver no ensaya frente al espejo una posible reacción frente a la sociedad corrupta. No es exactamente la ciudad miserable de afuera la que está allí, imaginada frente a él, sino su desesperante desconexión a la que, de alguna forma, habrá que ponerle fin. Travis se encuentra y se pierde en esa devastación que lo impulsa a la masacre. Por eso irá tras los monstruos que le devuelve el espejo y que, por ese paulatino distanciarse de la razón, intuye forman parte de él mismo. Más allá de la frase y la imagen retaceadas, no escuchada ni vista por nosotros, todo queda abolido frente a esa pregunta tan moderna, ¿es a mí? Recién allí, en su cuerpo interceptado por su propia mirada, que se transforma en otra y que concentra la multiplicidad de lo creado, y la obviedad de la respuesta, todo se referirá a él, podrá por fin, por derecho propio, intervenir frente a esa violencia esquizofrénica que le dirige la palabra. A él, siempre a él. Aquí hay un hombre, dice y así se convierte en un sujeto híper moderno, intercepción de un mundo pasado, la guerra, los ideales, con la feroz fragmentación presente, conexión pura, autoreferencial, cinta que como la de Misión Imposible, y como cualquier comunicación actual, se autodestruirá en apenas unos segundos.