miércoles, 3 de octubre de 2012

ACTUALIDAD / CRÍA CUERVOS

Cría cuervos
Qué peligrosos resultan estos diagnósticos que se lanzan como piedras sobre inexistentes sujetos colectivos, apuntando justo al corazón de las debilidades humanas. Peligroso por varios motivos: el más obvio es que los que los formulan no son psicólogos, psiquiatras ni nada por el estilo (Nietzsche, que era filósofo-psicólogo, ha muerto y no dejó herederos). Después, porque el resentimiento siempre funda esclavos. Y finalmente, porque la argumentación es tan reductiva y sobre todo descalificadora, que no promueve al paso siguiente. Clausura antes de empezar. Es llevar la discusión política al subsuelo. Algo así como cuando en la infancia decíamos “te voy a acusar con tu mamá”, “me hace burla” y demás. Aunque hay un estereotipo detestable tanto del hombre como de la mujer de clase media, muy bien retratado y sobre todo con más gracia por Arlt, hay que reconocer también que con los estereotipos jamás se hizo nada demasiado creativo. La carne y el hueso reclaman otros tratamientos (y ni qué decir si después se los va a necesitar para el voto). Una cosa es la actitud polémica, siempre vital y activa, y otra, la actitud incendiaria, reactiva, que luego protesta al quedar entrampada en su siembra. La Argentina, por historia, debería tener un poco más de cuidado con estos usos de la violencia, sobre todo cuando parten del poder. Nadie podrá decir que es lo mismo que un ciudadano o un grupo de ciudadanos comunes vociferen o deseen muertes grupales a que lo haga un gobierno. Nunca es la misma responsabilidad. Son exabruptos: la gente suele ser así cuando se transforma en horda, un poco bravucona suele dejar cementerios virtuales a su paso. Maldecir es privilegio del pueblo, no de sus gobernantes. Y no dejarlo pasar, es mostrar una debilidad extrema, una inseguridad desconcertante. Como si se oliera el miedo. Y esto nos lleva a otro razonamiento: el miedo también esclaviza. Deja flancos demasiado abiertos para que aquellos otros poderes, agazapados en la sombra, den el zarpazo servido en bandeja por el argumento pasional, por la provocación gratuita. Al fin y al cabo, cuando la comunicación se reduce a esa mínima expresión, ¿cuál es el paso siguiente? El mismo que en la infancia cuando alguien nos hacía burla, nos ostentaba lo que no teníamos, lo que no éramos, lo que deseábamos: acorralados por la afasia y la impotencia, asestábamos el manotón al cuerpo del otro y con eso zanjábamos la cuestión.  Nos íbamos a cenar, a dormir y a esperar el día siguiente para volver a jugar con nuestra víctima-verdugo. Pero avisamos: la infancia se terminó.