viernes, 28 de junio de 2013

LA CIUDAD ESCRITA / LITERATURA, VANGUARDIA Y PENSAMIENTO EN LA METRÓPOLIS MODERNA

La ciudad escrita
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Los signos, símbolos y representaciones del ser moderno circulaban tanto a través de los nuevos medios de comunicación así como de los viajes exóticos, que alimentaron muchas veces estéticas modernistas. Las culturas orientales y precolombinas, los temas vegetales, marinos, fantásticos y míticos, fueron motivos de inspiración para el Arte Nuevo surgido a fines del XIX, cuando la tradición entraba en crisis y la técnica pasaba a ocupar un lugar central en el proyecto. Los diversos modernismos que nacen en esta época (con sus variantes en diferentes países, el Art Nouveau en Francia; el Jugendstil en Alemania; el Modernismo Catalán en Barcelona; la Sezessionen Austria; el Liberty en Italia, y que tienen como antecedentes las ideas románticas de Ruskin y de William Morris en Inglaterra), no sólo intentan restablecer un vínculo con la región en busca de una identidad propia, sino también, representar el cambio de época con los materiales producidos por ella. El hierro forjado, el bronce, la madera, el hormigón, el vidrio, las mayólicas y la utilización del color permitían justamente transmitir la idea de movimiento, de aceleración y transitoriedad frente a la permanencia y solidez del arte clásico, al que, con diferentes formas, buscaron poner en cuestión (el muro desmaterializado en grandes paneles de vidrio; el cubismo anticipatorio de Hoffmann y la verticalidad de Salamone; el protagonismo de la estructura a través de la forma artística con motivos vegetales en las obras de Víctor Horta, o de la escultura en el caso de Virginio Colombo; el movimiento de fachadas e interiores así como la utilización de elementos regionales en Gaudí; la desmaterialización de la cúpula en Gianotti; la fuerte inconexión de elementos en la obra de Kalnay, etc.). Fueron tal vez las primeras vanguardias artísticas las que comunicaron este fin de las certezas e instauraron el camino de las que vendrían después (incluido el Movimiento Moderno y su deuda con el Art Déco). Y cumplieron, dada su condición de artes aplicadas y reproducidas en serie, una tarea de rápida difusión al resto del mundo. Las masas surgidas con la industrialización encontraban en los nuevos lenguajes la representación de su propio movimiento (social, económico, urbano, político, físico), de su condición inestable y de la auto-conciencia de sus orígenes precarios. La arquitectura de consumo (locales de cine, teatros, confiterías, galerías y pasajes) pero también el cine, la gráfica de libros, las revistas de moda y actualidad, las marquesinas, las señales urbanas, como las bellísimas entradas del Metro de París de Guimard, y los avisos publicitarios escribían con los nuevos lenguajes la historia de este nacimiento, sus avatares en el tiempo, pero sobre todo, ese estar suspendido entre la realidad y la ficción como instancia de salvación tan propio del ser moderno y metropolitano.
Peter Fritzsche analiza la relación entre la ciudad industrial de principios del Siglo XX y la ciudad textual, construida con periódicos, gacetillas, relatos de viajes, textos breves, etc., donde el producto de la transformación de la primera por la segunda termina siendo incorporado a la experiencia de la ciudad en un movimiento vertiginoso e incontrolable. De allí la certeza de Fritzsche acerca del error ideológico de que ciertas preferencias estéticas favorecen el orden o la anarquía, afirmando que la ciudad es frustrante para el dictador y también para el ropavejero. Incluso, que el carácter efímero de la ciudad industrial se veía acentuado por esta mediación textual en la que tuvieron radical importancia las vanguardias, que alentaban el cambio constante en la metrópolis como señal de resistencia contra los efectos alienantes de la máquina y la vida industrializada. Interrupción de la catástrofe que Roberto Arlt encuentra en el mecanismo de la ficción continuada y Benjamin en la detención del tiempo metropolitano. Y los nuevos lenguajes, o las protovanguardias, en las utópicas posibilidades del arte cuando se funde con la técnica y participa en la vida cotidiana.
No se puede olvidar tampoco el papel pedagógico que cumplieron los medios gráficos de divulgación  (las revistas de actualidad, principalmente) en el proceso de alfabetización de las clases proletarias que no podían acceder a la educación formal.
Por otro lado, Benjamin habla de una serie de dispositivos provistos por la industria y la técnica (relojes, horarios de salida y llegada de carruajes, fotos, huellas digitales, numeración de calles, etc.) que terminaron sirviendo al control de la población y al destierro del asocial, que encontraba refugio en el caos y la multitud. Pero a la vez, también hay que remarcar que toda esa información que circulaba con cierta libertad, terminó independizándose de unos pocos emisores para circular con total libertad, produciéndose y reproduciéndose a velocidades inimaginables, y constituir el material de la ciudad actual. El mundo entero, no sólo asociales y delincuentes, se volvió ubicable en la posmodernidad, y por lo tanto conformable y diseñable a medida.