lunes, 30 de diciembre de 2013

2014


2014


A los amigos incondicionales; a los lectores que siempre están allí; a los colaboradores, imprescindibles artífices de esta revista; a los alumnos del Centro de Arte y Pensamiento; a las instituciones y empresas que nos acompañan desde hace 13 años:

¡Nuestros mejores deseos para el 2014!

(y para los que están atravesando momentos difíciles, todo nuestro apoyo, afecto y solidaridad)

miércoles, 18 de diciembre de 2013

ESCRITURAS RIGUROSAMENTE VIGILADAS

Escrituras rigurosamente vigiladas

Las escrituras digitadas siempre constituyen un peligro. Un riesgo de preservación antes que de ruptura. A esta afirmación la precede otra: toda escritura literaria busca constantemente su salida de sí, su puesta en tensión con lo establecido. El entredicho. La literatura cuando no plantea un conflicto es producto de la fantasía o la mera repetición de fórmulas probadas. Esto no significa que deba ser ella misma un conflicto,  para escribirla y sobre todo, para soportarla en la lectura. No existe relación alguna, seria por lo menos, entre la dificultad del signo y la tensión que la literatura conlleva. Tampoco es necesario apelar al diccionario de antónimos y sinónimos para que la literatura sea considerada culta y reflexiva, y no confundida con las expresiones populares o las del mero pasatiempo. El registro literario es al fin y al cabo una forma diferente de conocimiento. En ningún momento sus modos están escindidos de las tensiones vitales que subyacen en ella, ni siquiera en Henry James o en Flaubert. La seducción de la escritura nace de un pensamiento seductor, de un quiebre que jamás llega a las palabras pero que subyace a ellas, como las fundaciones de cualquier construcción que permanecen invisibles en la forma final pero no por eso ausentes. Es tan inútil construir una prosa atractiva sin un pensamiento atractivo como construir una casa sin cimientos. Esta es una de las primeras perversiones de los escritores vigilados por cualquiera de los sistemas de legitimación que los apaña: ajustarse al mismo canon que los convalida y sobre todo, los convalidará en el futuro. Los volverá, a decir de Steiner, enseñables, enseñados o redituables. La escritura que de entrada se pone en deuda con modas, linajes y valoraciones de otros, que generalmente jamás escribieron una línea, corre el serio riesgo de convertirse en un ejercicio confiscatorio de sus posibilidades de ruptura. En un clon con éxito garantizado por repetición pero desfondado por la misma razón. La literatura no es, como las ciencias, un acto deudor del pasado en progreso a fin de construir el corpus que alimentará investigaciones futuras. Considerar a la literatura y al pensamiento como ciencias o saberes acumulativos es un retroceso para las posibilidades creativas. Segundo vicio: La literatura formateada por colegiaturas, ya fueran académicas o mercantiles, se convierte en un dispositivo de control no solo de la práctica en sí sino de las posibilidades de lo pensable. Dictar el canon de lo enseñable y/o vendible (muchas veces, están en estrecha comunión) es también marcar los límites de las posibilidades de la literatura como experiencia estética. Constituye una forma de garantía de que esos márgenes no serán desbordados y le harán entrar al censor en un camino sin retorno. Incluso en el de su propia destrucción (Baudelaire, Joyce, Kafka, Faulkner otra vez). En el arte, en la filosofía y en la literatura existe en el imaginario una secreta espera, la llegada de ese mesías que vendrá a desmantelar fundaciones y abolir hegemonías de larga data. El establishment lo sabe; por eso, cada tanto, construye a sus propios trasgresores, seudovanguardias a las que lanza y recambia según soplen los vientos. Y sobre todo, procede a la excomunión de todas aquellas experiencias que no encuentran un molde bendecido previamente y que intuye, contienen el germen de aquella destrucción.  La excelencia y la redituabilidad suelen ser los pretextos. Como corolario a estos controles y vigilancias se gesta una época indigente y anquilosada. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

PERVERSIONES CULTURALES / EL PATRÓN DE ESTANCIA

Perversiones culturales (1) 

Radiografía del patrón de estancia



La figura del patrón de estancia no solo pervive en los ámbitos comerciales sino que está inserta en casi todos los órdenes de la vida. Las esferas de la educación y la cultura no están exentas de ella. Al patrón de estancia se lo reconoce a simple vista porque tiene la particularidad de ocuparse más de los negocios de la cultura que de la cultura misma. Como Zelig, aquel famoso personaje de Woody Allen, se lo encuentra en todas partes, no solo para acrecentar poder sino para convertirse en una marca registrada, en garantía de calidad más por constancia que por productividad. El saber, para este personaje, suele ser lo de menos; sin embargo, necesita el prestigio que le otorga una atmósfera supuestamente alejada de las cuestiones lucrativas. Entonces, parapetado detrás de este imaginario, salvaguardado por el prejuicio, actúa como operador de bolsa, siempre pendiente del valor de sus acciones. Que en este caso, es su propio nombre. El patrón de estancia trafica influencias, otorga favores y dádivas, ocupa lugares estratégicos de poder, se expande con aires de terrateniente, conquistando espacios ajenos y tejiendo redes de contacto por dentro y por fuera de sus dominios, a los que administra como auténticos feudos. Nunca hace nada demasiado importante pero simula estar siempre absorbido por los más profundos intereses (uno no sabe a ciencia cierta qué mismo es lo que hizo a lo largo de su publicitada trayectoria). Se rodea principalmente de seguidores que ostentan el rasgo que más admira: la obediencia bovina, y que orbitan como planetas a su alrededor a la espera de la vida y el sentido. El funcionamiento de estos grupos por lo general es hermético. No son amigos entre sí sino que conforman una sociedad donde los secretos, las intrigas, los chismes pero sobre todo, las deudas y favores, circulan como garantía y salvoconducto. Como el jefe supremo, tampoco hacen nada demasiado interesante, hasta a veces se acercan a la figura del parásito, pero también se publicitan vistosamente. Para el patrón de estancia, la inteligencia y la creatividad del otro, del extraño a sus dominios, suelen ser enemigos acérrimos porque ambas develan el carácter arbitrario de sus cargos y posiciones. Que a veces son encumbrados. Cuando se enfrenta a este tipo de peligro, actúa como cualquier poder fascista: lo hace desaparecer. Invisibiliza al rebelde, lo sofoca tensando los hilos de aquel entramado, cercando así las posibilidades de sobrevivencia, y refuerza a la vez el poder corifeo de su tropa. El patrón de estancia no es solo un personaje mediocre sino un mediocre astuto y peligroso. Opera, precisamente, socavando las bases en donde se inserta, demoliendo cuanto talento o inquietud no colonizable encuentra a su paso. Por lo que su peligrosidad se eleva cuando ocupa cargos educativos. Como su objetivo principal es el analfabetismo ilustrado que lo sostenga en el poder el mayor tiempo posible (para administrar la posteridad quedan los seguidores), puede llegar a desmantelar generaciones enteras que caen en sus territorios. Sumirlas en la desmotivación que provoca todo horizonte alambrado de expectativas. Es el domesticador por antonomasia de todo espíritu libre y creativo, por lo que los jóvenes son sus principales víctimas. Pero el patrón de estancia en la cultura y la educación no es un caso singular, no es un psicópata que se apoderó de un espacio ni un alienado inconsciente de sus propias limitaciones. Es un producto, tal vez el más perverso, de la misma estructura educativa y cultural que genera la posibilidad de su existencia y le da amplias garantías de supervivencia y buena salud.


jueves, 12 de diciembre de 2013

lunes, 9 de diciembre de 2013

MÁS NOTAS SOBRE CULTURA / ADMIRACIÓN Y HOMENAJE

Homenaje
La palabra me genera cierto escozor, una especie de malestar intelectual. Pienso en estatuas y calles, y el desagrado se agrava. Pienso, inevitablemente, en los conceptos de sumisión y vasallaje, en algunas variantes feudales de la humillación. En pleitesía con aires monárquicos. Un gesto anticrítico como pocos. Si el homenaje es colectivo, si nace como corolario impostergable de la admiración de una comunidad hacia algo o alguien, con bases de legitimación muy poderosas, puedo conciliar provisoriamente con el término. Si se trata de una maniobra para acrecentar poder, y sobre todo, organizada solapadamente por el propio interesado, la cuestión roza el patetismo y el ridículo. Pero a la vez, se convierte en un gesto muy moderno: es, al fin y al cabo, el espíritu de una época que necesita ídolos como brújulas y escucha, como Ulises no lo hizo, el adormecedor canto de sirenas.


Admiración
Siento admiración por varios, pero no ando rindiendo homenajes. A lo sumo, la expreso convirtiéndolos en parte de mi propia obra. Una efímera comunión donde la relación admirado-admirador se transforma en detonante, no en objetivo final. Paradójicamente, sin embargo, resulta indispensable vencer la seducción que ejerce el otro, tomar distancia, exorcizar el embrujo, desencantarme. Allí estaría la diferencia entre las posibilidades de escribir un texto crítico o elaborar un panfleto celebratorio. Entre la experiencia y la repetición, entre la admiración y el homenaje. Entre la amistad intelectual y el amiguismo interesado que funda amos y vasallos.

domingo, 8 de diciembre de 2013

TEATRO / LAS SIETE OBRAS CAPITALES






















La cuestión capital


El profesor se va enfureciendo, la alumna lo observa desesperada: no entiende nada de lo que dice y encima le duele la muela. El otro sigue, habla y habla, del lenguaje, de las lenguas, de las raíces y traducciones, de lo inefable de las diferencias y de la experiencia; la chica se retuerce, suplica, se tira al piso: termina acuchillada.  El público, que reía ante los exabruptos de él y los chillidos de ella, enmudece. Es Ionesco, y claro, no hay más que hablar. Entonces la transformación, el furioso vuelve a ser el viejo vulnerable; la criada y fiscal ahora es cómplice, y la chica muerta, cosa entre cosas. Y el ciclo que se reinicia. Después, personajes que se rebelan y deciden cambiar el final en mitad de la representación, lo consultan con el autor, ausente entre el público. ¿Y ellos?, dice uno señalando en nuestra dirección; no importa, contesta el otro, no se darán cuenta, creerán que es parte de la obra. Entonces, el gran final, así se llama la obra, todos felices, amor en el aire, frases trilladas, la vida es bella y telón. Y hay más, basura romántica que oficia de moderna celestina ante la desesperante soledad; un teléfono que incomunica; la nieve que es lugar, escondite y sepultura; y un oficial de justicia que, a manera de Kafka, abomina de la justicia. Y los desopilantes curas de la congregación que articulan los relatos y nos van introduciendo en la liturgia de artistas metamorfoseados en guionistas, autores, directores y actores, la vocación que exhuma de los poros, del cuerpo, ese que sale a escena, que se ofrece en ritual. Siete obras, como las notas musicales, como los pecados capitales, como los días de la creación. Es teatro, es noche de magia y comunión. (¿Quién andaba diciendo que todo está perdido?)




lunes, 2 de diciembre de 2013

TRECE AÑOS / ESTANCIAS EN EL DESIERTO

NOTA DE TAPA N° 103 | NOVIEMBRE 2013
TRECE AÑOS
Estancias en el desierto:
Política, Educación y Cultura en
Argentina


Cuando definíamos la nota editorial por los trece años de la revista nos topábamos siempre con el mismo problema: la repetición. Ya lo habíamos dicho muchas veces. Pensar y producir en la Argentina es una tarea ardua; hacerlo a la intemperie, aún más. Pero cuando esa intemperie se convierte en desierto, adquiere las formas de un apostolado. Una cosa es pagar el precio por una independencia a ultranza. Y otra, muy diferente, que la superficie de acción estuviera viciada en sus mismas entrañas. Hay una corrupción de base muy ligada al pensamiento y a la cultura y a sus modos de producción. Cultura de bases corruptas y a la vez, una corrupción como valor cultural. Este pensamiento trasciende, o se transversaliza, a todos los estratos y campos, no es inherente a un gobierno o a un ámbito específico sino que está instalado como base fundacional de la sociedad. Esta corrupción se sostiene en considerar a la cultura no solo como una mercancía sino como un medio para fines esencialmente instrumentales. La apropiación terrateniente del saber, y de sus espacios, cumple el mismo rol colonizador que en el pasado lo hiciera la posesión de la tierra, tan bien descripta por Ezequiel Martínez Estrada en suRadiografía de la Pampa. Universidades inmóviles; institutos y centros de investigación que funcionan como cotos de caza y ámbitos para hacer negocios y acumular poder; espacios vallados también como si se trataran de estancias pampeanas; formas obsoletas; planes de estudios desactualizados; restricciones en el acceso y en la circulación de las producciones realmente independientes, etc, conforman apenas un breve pantallazo de esta situación. Pregonar que se quiere una cultura y un pensamiento críticos mientras que las acciones se dirigen exactamente hacia el lado contrario constituye no solo una hipocresía sino un eficaz sistema de silenciamiento e inmovilización. Una sociedad con una cultura paquidérmica que desertifica lo que encuentra a su paso no tiene buen pronóstico. Los espacios del conocimiento tienen que ser abiertos y dialogantes, con docentes que sepan transmitir el placer del estudio y no burócratas que se aferran a sus cargos y no los largan ni aunque les llegue la hora, formadores de alumnos domesticados, repetidores como autómatas de las lecciones heredadas. O desconcertados y desmotivados, que deambulan por pasillos de facultades y de la vida. Se precisa renovación permanente, aulas agitadas, lecturas creativas, relación con el afuera, pasión por lo que se hace y cómo se hace. Pero sobre todo, es imprescindible develar que el actual estado de cosas es un contravalor y no una credencial de prestigio y pertenencia. Ninguna política educativa puede prosperar sino se desprende de estas reaccionarias telarañas del pasado. Ninguna sociedad puede darse el lujo de suicidarse dilapidando su extraordinario capital humano y empobreciendo el carácter emancipador de su cultura. Esta es la gran deuda de los gobiernos progresistas y tal vez, la causa de muchos de sus fracasos. Y si somos perseverantes y nos repetimos, es porque también somos conscientes de que tenemos un espacio de producción y difusión de ideas, un espacio díscolo, (realmente) independiente: no nos interesa caerle en gracia a nadie a la hora de trazar un diagnóstico sobre lo que, al fin y al cabo, es nuestro campo de vida. Sí, en cambio, tenemos compromisos vitales con nuestros lectores; y entre ellos, con las nuevas generaciones frente a las que nuestro silencio adquiriría las formas de una perversa complicidad. Esto lo venimos sosteniendo desde hace años. Trece años.

domingo, 1 de diciembre de 2013

LA SOSPECHA / EN EL NOMBRE DEL HIJO


En el nombre del hijo
Dos niñas desaparecen en cuestión de segundos. Un padre está dispuesto a mover montañas o desmantelar un pueblo, descender al infierno y negociar con el mismo diablo. La tierra se convierte de golpe en territorio devastado y liberado. Ya no hay lenguaje posible ni representaciones. Ya no hay iguales ni humanos, ni reglas ni leyes: hubo una monstruosidad y hay un monstruo para enfrentarla, dispuesto a aquel desmantelamiento territorial y lingüístico. Films como "La sospecha" (o también "El sustituto") nos ponen a prueba. O en contacto. Aquí Hollywood no es pedagógico ni justificativo, ninguna lectura entre líneas de permisos libertadores o justicieros. Aquí el terror actúa como espejo secreto, tal vez hasta mordaz, de ese umbral y su cercanía al mundo legislado. Umbral que a veces se sitúa a apenas unos (atroces) metros de distancia de nuestra propia puerta de calle.