domingo, 4 de mayo de 2014

CRÓNICA / MAÑANA, TARDE Y NOCHE




Mañana, tarde y noche
Inclinados sobre calcos y tableros, empantanados a veces en noches interminables, la voz de Blanca Rébori solía llenar las habitaciones, mitigar las angustias, aliarse a nuestra incipiente militancia. Recordemos: éramos los herederos, los que veníamos después de, nos acechaba el pasado, el presente prometía glorioso y flameaba rojo y sobre todo, negro; después se convertiría en griego. "Arquitectura o revolución" sostenía un Le Corbusier algo reaccionario y estudiado ya casi como un slogan en los talleres nocturnos. Qué más da, hacíamos de la estética una cuestión política y de ésta, una eficaz farmacopea. Había que sanar un cuerpo destrozado.Toda belleza es el resultado de una herida, dice Jünger, entonces, con la sangre de la herida y la tinta de los insoportables rotrings y portaminas, revertiríamos el destrozo. Nos apropiábamos del trazo y de la terminología. Todo preso es político y todo cuerpo privado era un asunto público, público y colectivo, como esos barrios y ciudades que se habían encapsulado por el miedo y el silencio. “Mañana, tarde y noche: el único programa que no trata al domingo a pelotazos”, repetía ella para espantar fantasmas que no tenían nada de silenciosos, merodeaban por allí, por las aulas, pasillos, talleres y alrededores. Entonces no, fotos no, huíamos de las cámaras mientras alfombrábamos con carteles el piso del patio del memorable bar de planta baja. Fotos no: la clandestinidad no se esfuma por mandato, por una elección o una guerra fallida. Zona efervescente esa Ciudad Universitaria de los primeros ochenta. Arquitectura se convulsionaba, y esa voluntad sísmica sacudía a los otros dos pabellones, los de las ciencias duras, que monstruosos enfilaban hacia la toma, el corte o las asambleas multitudinarias. Pero el vértigo era propiedad de la noche; la mañana y la tarde fueron siempre territorios vedados.