martes, 17 de marzo de 2015

EL AUTOR Y LOS LIBROS

El autor y los libros

Los hermosos replicantes de Blade Runner sufrían la angustia de una caducidad sin legado posible: lo vivido se perdería en el tiempo “como lágrimas en la lluvia”. Los autores y los libros, ¿estaremos condenados al mismo angustioso destino? ¿Para quién, en realidad, escribimos? Malos augurios soplan desde diferentes rincones del planeta con relación al acto de leer. No comparto esas visiones apocalípticas; en todo caso, y tal vez, la lectura y el libro de a poco dejen de pensarse como un negocio redituable para transformarse, selectivamente, en una pasión impostergable: la palabra escrita es herencia, pero también, retorno.

domingo, 8 de marzo de 2015

APROXIMACIONES A FITZGERALD

Aproximaciones a Fitzgerald


1.
Vértigo y ruina, esplendor pasado devenido catástrofe reciente. Eso es lo primero que se me ocurre cuando leo, también por primera vez, a Fitzgerald. Surge Benjamin (se sabe: nadie puede desprenderse de su pasado ni tampoco de esos autores con los que se crió) y aquel maravilloso texto de Angelus Novus y el ángel de Klee. Entonces, esa costumbre de entablar vecindades, tradiciones, influencias: surge el imperioso deseo de aquietarlo. De que esa grieta que abre a cada paso no me arrastre. Tarea dificultosa: su escritura misma es un agujero que absorbe y repele. Que sustrae el suelo común y deja al lector en la misma posición en la que se encuentra él, derrumbado. Experiencia molesta. Una imagen maravillosa, y ¡ay! un golpe inesperado, algo nos estalla en las manos, el souvenir que trajimos del último viaje, el primer libro publicado o nuestros últimos 20 años de vida. Efecto topadora que no distingue valoraciones. Palabras y sintaxis que explotan como vidrios cuyos pedazos quedan desparramados en el piso, invisibles, a la espera de pies descalzos. Así es este escritor endemoniado que parece propinarle todo tipo de jugarretas al lenguaje. ¿Alta cultura?, ¿viejas tradiciones? Ya veremos, apenas me estoy aproximando. Es literatura de Estados Unidos, no es por supuesto ni James ni Poe. Es la generación perdida, de la que conozco bastante poco. Ocurrió una guerra, una debacle financiera mundial, hay restos, ruinas, suicidados y locos internados en manicomios. El célebre y filosófico “Comment dire” de Beckett traducido al pragmático “What is the word?, me sirve por el momento, para el desplazamiento de la mirada, de una tradición a otra, para ubicarme, por lo menos.

2.
Los años felices: Jazz, literatura y cine. Alcohol y prosperidad económica. Burbuja especulativa y terrible fin de fiesta. Nada de historia: todo es, al fin y al cabo, ficción. ¿El derrumbe del novelista sobreviene cuando, a manera de los lanzallamas de Arlt, roza los bordes de lo real? ¿Cuando, como afirma él mismo, se identifica con los objetos de su horror? ¿Cuando se interrumpe esta maquinaria ficcional, se toma un respiro y nada, se topa con la nada? El crack, jueves negro y recomposición de la maquinaria: en la misma década surge el cine sonoro. El show siempre debe continuar (Los Angeles-Nueva York, y el mundo entero como destino inmediato)


3.
"La mayor y más brillante borrachera de la historia"; "Éxtasis"; "Talento artificial como la Era de la Prosperidad"; "Derroche"; "Agitación nerviosa, histeria": "El Crack Up" es desmantelamiento de una poética, como el niño que desarma el juguete preferido para ver que hay adentro. No siempre la imagen es agradable. Pero el niño lo lanza a la basura o rearma el desecho en una nueva imagen. El niño tiene tiempo. El problema de Fitzgerald no es que se quedó sin tiempo sino la naturaleza de ese tiempo pasado, cuando el juguete aún estaba armado. El reconocimiento, a costa del derrumbe, del artificio como constructor de una década, de una obra, de una persona. ¿Borges lo comprendió mejor y se resguardó? ¿O insertó su obra sobre la experiencia de la catástrofe ya consumada? La Nueva York de Fitzgerald actúa sobre el novelista en vivo; la Buenos Aires pesadillesca de Borges se funda, diríamos, al día siguiente.

CONSTRUCCIONES / LA 4 DE REVISTA CONTRATIEMPO

Vértigo y creación
Publicar un libro no es lo mismo que publicar una revista. El libro es nuestro oficio, nuestra vocación, una especie de tarea impostergable (¿qué haríamos si no?) que, en algún punto, también se torna costumbre. Ni presentaciones intrascendentes, con amigos, colegas y allegados a los que exigimos prensa, lectura y elogios (entusiasmo exitista tan propio de aquéllos para los que la escritura es una fiesta por discontinuidad o un negocio), ni maratones periodísticas en donde se intenta explicar lo inexplicable en cinco renglones o en diez minutos. El libro se edita, entra en circulación, aspira al lector y a la eternidad (para qué negarlo?); construye sutilmente la época y nos construye en nuestra irrevocable soledad de pensadores. Un nuevo número impreso de una revista cultural tiene, en cambio, algo de heroicidad, sacrificio, de acción conjunta. Una feliz socialización del saber, un encuentro con el otro, que también está pensando. Una fiesta compartida. Y más aún, en esta época de indigencia cultural.

martes, 3 de marzo de 2015

BORGES, TRADICIÓN Y CULTURA / LA EMBOSCADA

La emboscada

Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor….
La literatura menor es completamente diferente; su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política.
G. DELEUZE.—F. GUATTARI Kafka. "Por una literatura menor"

No hay en Borges deseos de reivindicar alguna identidad nacional o una forma de ser argentino al modo de su primera época. Ninguna intención de recrear voces o elementos fundacionales de una ciudad mítica a través de procedimientos de vanguardia que para entonces ya estaban expirados. Como habitantes de las orillas mundiales, como Joyce, como Kafka, como Beckett, somos herederos de la cultura occidental, somos próximos a ella y gozamos de la impunidad de leerla a nuestro modo –esa minoridad en la literatura de la que hablaban Deleuze y Guattari al referirse a los movimientos lingüísticos de literaturas marginales dentro de las grandes lenguas o tradiciones y que por ello mismo siempre es político y de valor colectivo. Allí termina la tradición que antes necesitaba de coordenadas precisas, de una geografía, de un linaje. El escritor argentino y la tradición funciona como principio y a la vez, como testamento confesional.

Ficciones adquiere prestigio mundial porque se libera de aquellos elementos que lo enraízan a un suelo y se vuelve traducible al idioma y a las circunstancias que fueran. De la impostada oralidad de la Buenos Aires pre-moderna de El tamaño de mi esperanza y Hombre de la esquina rosada, a la posmoderna de Ficciones hay un recorrido donde, por lo menos, la ciudad acepta su entrada a la modernidad y preludia la posmodernidad. Borges extranjeriza a Buenos Aires al mezclar esos restos que borran todo contexto realista y ubican a la ciudad en una estructura lógica, pero también actúa sobre la lengua al someterla a esa mixtura donde está ausente cierta fundación común, cierto código de complicidad con el lector que busca literatura y se encuentra con pseudotratados de filosofía, referencias, citas bibliográficas de libros existentes o no y principalmente, con una rigurosidad ajena también al registro literario –Roberto Arlt, sin tanto bagaje cultural, también trabajó la realidad con los procedimientos de la ficción en sus Aguafuertes y de paso mostró que ambas categorías eran tan intercambiables como los sitios de enunciación—. La universalidad del texto de Borges se corresponde con la idea de universalidad de cualquier modernidad, incluso de cualquier pos-modernidad. Instrumentalidad, eficacia (en cuanto al funcionamiento de la ficción y sus efectos), artificio, negación de todo contexto instituido y entrada múltiple operan sobre la realidad y se conjugan para la normalización, o para la posibilidad de la repetición normalizada y así, para la imposición a nivel de esquema procedimental. Esta capacidad de la metrópolis moderna de circular como una información a capturar y a adoptar, a riesgo de quedar sumida en la indeseable exclusión del retraso y de la no innovación, es la misma que mueve a esa literatura estructural que instituye un procedimiento que funciona y que sobre todo, resiste al análisis de rigores ligados al mundo de la razón lógica. Y que es fácilmente transmisible, enseñable y convertible en canon. Y que es engendradora, lamentablemente, de replicantes y continuadores también hasta el infinito, de la misma manera que se replican espacios urbanos canonizados, borrando las huellas existentes, ex-pulsándolas en aras de una fórmula probada. La perfección del procedimiento, esa seducción que inspira la comprobación matemática con claras connotaciones de vencer la imprevisión del caos y ejercer el control, se enseñorea en la obra de Borges como un valor que se desplaza de un plano a otro. El recurso de la paradoja, o la demostración de que la razón puede, sin ningún obstáculo, conducir directamente al absurdo o a la barbarie, es una metáfora del contexto en el que surge Ficciones pero también una forma de leer la ciudad, la historia y las formas de producir cultura. El presente de Borges crea el contexto y el escenario para leer y reescribir el pasado. Se percibe la ciudad y se lee la historia, y el destino, y la propia actualidad siempre como si hubiera alguien organizando el juego –un alguien multiplicado, claro está, al infinito— y siempre otros dispuestos a quedar capturados en esa trama, que con mucha frecuencia resulta ser una trampa. Una emboscada rigurosamente calculada donde caerá no solo el pasado sino también el porvenir.

Fragmento publicado en el libro "Los estilos de Borges: entre la Nación y el Universo" (Zenda Liendivit / Contratiempo Ediciones, 2010) y reproducido y ampliado en "Escritos de una pensadora marginal. Ensayos sobre Literatura, Espacio y Política" (Zenda Liendivit / Contratiempo Ediciones, 2014)

domingo, 1 de marzo de 2015

BIRDMAN / LA CAÍDA

Birdman: la caída

El cine se pone en juego. O por lo menos, lo intenta. Al modo de esas películas de terror de la década del 90, donde había que barajar y dar de nuevo porque ya estaba todo dicho, aquí la Academia muestra sus límites. Se va a la trastienda: la cámara que sigue nerviosa a los personajes rastrea no tanto sus miserias sino esa potencialidad que los convoca, a pesar de todo, como quien retorna a su lugar de origen después de un largo extravío. ¿Qué hacer para que un poder que reguló la vida de millones de personas durante más de 70 años no decline y pierda su lugar en manos de esos hijos bastardos que surgen incontrolables, que imponen sus reglas, y sobre todo, que imponen nuevas percepciones y saberes? Hollywood declina y no hay súper héroe alado que pueda salvarlo: ha creado las armas de su propia destrucción. Pero "Birdman" no se limita al cine, extiende también su ruina al mismo concepto de ficción. Y por qué no, a la literatura: ¿es posible seguir escribiendo ficción sin volverse, ella misma, una parodia? Y en ese caso, ¿cuánta parodia más habrá que soportar antes del tiro de gracia final?