martes, 3 de marzo de 2015

BORGES, TRADICIÓN Y CULTURA / LA EMBOSCADA

La emboscada

Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor….
La literatura menor es completamente diferente; su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política.
G. DELEUZE.—F. GUATTARI Kafka. "Por una literatura menor"

No hay en Borges deseos de reivindicar alguna identidad nacional o una forma de ser argentino al modo de su primera época. Ninguna intención de recrear voces o elementos fundacionales de una ciudad mítica a través de procedimientos de vanguardia que para entonces ya estaban expirados. Como habitantes de las orillas mundiales, como Joyce, como Kafka, como Beckett, somos herederos de la cultura occidental, somos próximos a ella y gozamos de la impunidad de leerla a nuestro modo –esa minoridad en la literatura de la que hablaban Deleuze y Guattari al referirse a los movimientos lingüísticos de literaturas marginales dentro de las grandes lenguas o tradiciones y que por ello mismo siempre es político y de valor colectivo. Allí termina la tradición que antes necesitaba de coordenadas precisas, de una geografía, de un linaje. El escritor argentino y la tradición funciona como principio y a la vez, como testamento confesional.

Ficciones adquiere prestigio mundial porque se libera de aquellos elementos que lo enraízan a un suelo y se vuelve traducible al idioma y a las circunstancias que fueran. De la impostada oralidad de la Buenos Aires pre-moderna de El tamaño de mi esperanza y Hombre de la esquina rosada, a la posmoderna de Ficciones hay un recorrido donde, por lo menos, la ciudad acepta su entrada a la modernidad y preludia la posmodernidad. Borges extranjeriza a Buenos Aires al mezclar esos restos que borran todo contexto realista y ubican a la ciudad en una estructura lógica, pero también actúa sobre la lengua al someterla a esa mixtura donde está ausente cierta fundación común, cierto código de complicidad con el lector que busca literatura y se encuentra con pseudotratados de filosofía, referencias, citas bibliográficas de libros existentes o no y principalmente, con una rigurosidad ajena también al registro literario –Roberto Arlt, sin tanto bagaje cultural, también trabajó la realidad con los procedimientos de la ficción en sus Aguafuertes y de paso mostró que ambas categorías eran tan intercambiables como los sitios de enunciación—. La universalidad del texto de Borges se corresponde con la idea de universalidad de cualquier modernidad, incluso de cualquier pos-modernidad. Instrumentalidad, eficacia (en cuanto al funcionamiento de la ficción y sus efectos), artificio, negación de todo contexto instituido y entrada múltiple operan sobre la realidad y se conjugan para la normalización, o para la posibilidad de la repetición normalizada y así, para la imposición a nivel de esquema procedimental. Esta capacidad de la metrópolis moderna de circular como una información a capturar y a adoptar, a riesgo de quedar sumida en la indeseable exclusión del retraso y de la no innovación, es la misma que mueve a esa literatura estructural que instituye un procedimiento que funciona y que sobre todo, resiste al análisis de rigores ligados al mundo de la razón lógica. Y que es fácilmente transmisible, enseñable y convertible en canon. Y que es engendradora, lamentablemente, de replicantes y continuadores también hasta el infinito, de la misma manera que se replican espacios urbanos canonizados, borrando las huellas existentes, ex-pulsándolas en aras de una fórmula probada. La perfección del procedimiento, esa seducción que inspira la comprobación matemática con claras connotaciones de vencer la imprevisión del caos y ejercer el control, se enseñorea en la obra de Borges como un valor que se desplaza de un plano a otro. El recurso de la paradoja, o la demostración de que la razón puede, sin ningún obstáculo, conducir directamente al absurdo o a la barbarie, es una metáfora del contexto en el que surge Ficciones pero también una forma de leer la ciudad, la historia y las formas de producir cultura. El presente de Borges crea el contexto y el escenario para leer y reescribir el pasado. Se percibe la ciudad y se lee la historia, y el destino, y la propia actualidad siempre como si hubiera alguien organizando el juego –un alguien multiplicado, claro está, al infinito— y siempre otros dispuestos a quedar capturados en esa trama, que con mucha frecuencia resulta ser una trampa. Una emboscada rigurosamente calculada donde caerá no solo el pasado sino también el porvenir.

Fragmento publicado en el libro "Los estilos de Borges: entre la Nación y el Universo" (Zenda Liendivit / Contratiempo Ediciones, 2010) y reproducido y ampliado en "Escritos de una pensadora marginal. Ensayos sobre Literatura, Espacio y Política" (Zenda Liendivit / Contratiempo Ediciones, 2014)