miércoles, 19 de octubre de 2016

NADIE MENOS: LA SAGRADA COMUNIÓN

Nadie menos: La sagrada comunión

Coberturas sensacionalistas, el morro y la selfie, las caritas jóvenes (la mayoría), que acrecientan el morbo, las discusiones sobre vestimentas y costumbres, el despliegue interminable y efímero del último crimen en los medios de comunicación, viralizado en las redes hasta la saturación, que tapan lo que repta por abajo. Cuestiones-raíces, que van perforando la tierra, hacia arriba, hacia los costados, raíces subterráneas y mortíferas. Alimentar esa savia envenenada con estas parcelas, con estos despliegues periodísticos, con estas “concientizaciones”, con esto de “por ser mujer”, con esto de hombres-monstruos que pueden caminar atrás, o al costado, jamás a la par, parece el objetivo de un sistema que necesita atenciones desviadas, dramas taquilleros, ficciones bien armadas, que nos absorben los días y las mentes. Sexo, juventud y sadismo. ¿Qué podría salir mal en estos modernos thrillers fundados en la vida real? Hoy el machismo es la causa de todos los males, y “la mujer”, la que siempre participó activamente en la construcción del mismo, se tornó en víctima. Eso no es ficción, claro está. El grave problema de este voluntarismo organizado en multitudes es su falta de una auténtica discusión política. Discusión política y filosófica, indagación sobre esas raíces necrófilas que crecen subterráneas y que, muchas veces, las tienen a ellas como sus frutos más jugosos. La crítica como praxis y la praxis como resultado de la crítica. Mujeres emancipadas, liberadas, productos de un sistema que decidió virar el rumbo y las sacó de la casa y los platos y las lanzó al mercado laboral, dejando un tendal de hombres criados a la vieja usanza. La mujer, hoy en día, sirve más como consumidora que como procreadora y cuidadora de hijos. Sirve más con su imagen proactiva, inspiracional, independiente y vociferante, reclamando “su” lugar en el mundo (recordar los discursos de Michelle Obama y cuanta primera dama nos visita últimamente). Como si ese lugar fuera muy diferente a tantos otros esclavizados y manipulados, destrozados y torturados por un dispositivo que instrumentaliza cuerpos como si fueran mercancías. Sirve. No hay asomo de idea revulsiva o realmente contestataria en estas manifestaciones de “mujeres” hartas de los hombres homicidas. No hay planteos, por ejemplo, de construir comunidades para enfrentar al verdadero monstruo de raíces subterráneas. Al fin y al cabo, nadie nunca logró detener un crimen, una injusticia, nadie consiguió una reivindicación sin un programa político, sin un objetivo en común. Común, que deriva, precisamente, de comunidad. De comunidad de intereses. En este caso, el de la supervivencia, el acrecentamiento vital, el desarrollo de las más elevadas formas de vida que no acepta distinciones. Excluir es y será siempre un debilitamiento: quedamos servidos en bandeja para el próximo banquete fáustico de aquellos poderes que hoy se metamorfosean con el riguroso negro de la protesta.