miércoles, 19 de julio de 2017

VIDA DURA / PADRES E HIJOS

Padres e hijos




Los hijos pequeños y adolescentes que aparecen fugazmente en “Vida dura” (la brillante serie noruega del director Olaf Johannessen) adoptan casi siempre la posición de espectadores. Ojos asombrados, cuerpos dóciles, obedientes, el espectáculo, por supuesto, es la vida de sus padres. Y de manera más amplia, la vida en comunidad en Ciudad Jardín, un valorado conjunto habitacional en los suburbios de Oslo. Los chicos están atentos; a veces, indolentes, pero siempre a la espera. Hay leyes no escritas que deben ser respetadas a rajatabla para seguir perteneciendo (así se lo hacen saber los adultos al pakistaní que intenta imponer otras reglas. Así le vá). Tomasz, el inmigrante polaco y pobre que viene en busca de su padre desconocido y que en Varsovia es un lingüista que domina cinco idiomas y allí, un empleado de limpieza de la universidad, actúa como esos niños: asombrado, dócil, observa un mundo regido por la abundancia y sobre todo, por el desasosiego que esta provoca. A modo de “Terciopelo azul”, pero con otros lenguajes y registros, debajo de esa naturaleza, tan amada por los noruegos, se agitan sin embargo pasiones, perversiones y deseos que aquí nunca van a provocar estallidos. Cuando salen a flote (la incendiaria Susy; el zoófilo Vidkun; el escapista Hugo o el poliamor de Turid, Kiram y Holdem), adquieren el signo de la fatalidad inevitable, son disimulados por un siempre igual que impide ver las diferencias o aceptados porque al fin de cuentas, no alteran el devenir establecido. Hay sí una evidente intención de herencia de parte de los mayores hacia la descendencia, que no pasa por cuestiones materiales sino por idiosincrasia. Hijos del frío extremo, de una abundancia desconocida en el resto de Europa, pero también de una certeza, producto tal vez de este aislamiento: nunca nada será demasiado importante, ni para vivir ni para morir, salvo aquellas formas. Jens Christian, el nihilista hijo adolescente de Jorgen y Anitra (director de cine él; profesora de fitness con programa de TV incluido, ella) es el único que parece conocer esta verdad sin escapatoria. Pero es en la figura de Tomasz donde el padre se intercepta con el hijo (viene en busca del suyo y él mismo se convertirá en padre), así como la vida acomodada se cruza con la miserable a través de esas corrientes migratorias de desesperados que de alguna forma funcionan como los hijos pobres y reclamantes de una opulencia deudora. No en vano, Tomasz trata de explicar a los profesores universitarios noruegos que las formas verbales del tiempo futuro deciden las formas en que se lo vivirá. El final de la miniserie, y sobre todo el de Tomasz, no constituye más que la ratificación de aquella certeza: padres e hijos están atrapados en la trama monstruosa y traicionera de una utopía fallida en la que solo se puede permanecer a flote y en la que la supervivencia se juega en la continuidad, producción y reproducción de la misma. Cualquier agujero, perforación o invasión fuera de foco equivale, literalmente, a la muerte.