sábado, 12 de agosto de 2017

APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA / SABOR AGUACATE

Sabor aguacate

Nos esperaba a la vuelta del colegio con sándwiches de verduras y mayonesa casera en pan francés. Y siempre, el plato con puré de palta, aceite, sal y ajo para untar con galletitas. Por si nos quedábamos con hambre. La llamábamos aguacate, crecía en casi todas las casas de Asunción, era barato, saludable y satisfacía cuando las épocas venían malas. En mi caso y en mi casa, casi siempre. Mamá abusaba del ingenio; a nosotros nos salvaba el estado de gracia de la infancia. Y en la adolescencia, los amores imposibles nos desvelaban tanto que ni la comida ni la palta ocupaban un lugar preponderante en nuestras vidas: hermanas y amigas vivíamos suspirando como protagonistas de novela de siglo XIX. La atmósfera represiva, productora de ficciones, favorecía a los hogares que no habían conseguido ubicarse en la gigantesca maquinaria corrupta y corruptora del stronismo. O, como mi familia, que guardaba prudencial distancia a pesar de que Stroessner no olvidaba: papá, intelectual y militante febrerista, exiliado en Argentina por participar del golpe contra Morínigo en el 47 y colaborar con el grupo que libró al entonces Coronel Stroessner de un atentado en Paraguari, ocupó a fines de los 50 la fiscalía y cargos académicos en prestigiosos colegios y universidades nacionales de Asunción. La colectividad lo recibía y entonces yo, de nena y después adolescente, participaba de almuerzos con esos nombres innombrables, algunos aborrecibles. Pero en la década del 70 ya había iniciado el camino sin retorno al ostracismo y el descarrilamiento mental. Un mundo se le había cerrado; el otro, la familia, pagó las consecuencias. 

Foto: Calle Palma / Años 60