martes, 6 de marzo de 2018

EN PRIMERA PERSONA (7) / EROTISMO Y PROMESAS DE ÁCIDO EN EL ROSTRO

EN PRIMERA PERSONA (7)
Erotismo y promesas de ácido
en el rostro


No sé si será que el estudio fue mi refugio durante la adolescencia en la violenta casa paterna; o la violencia fue desatada, en parte, por esos estudios. Padre brillante que se encuentra con tres hijos abanderados, altísimos coeficientes intelectuales, halagados por profesores y directores, etc. Y él, en declive. Mental, físico y profesional.

¿Repetí la historia en mi vida adulta? ¿El  huevo y la gallina? 

Arquitectura, filosofía, proyectos que materializaba con cierta facilidad. Y el otro, que siempre había sido el intelectual de su familia de origen, entrevió allí el peligro. El adoctrinamiento,  o mejor dicho, el intento, fue lento y sutil: en principio, todo compañero, profesor, colega, amigo, era amante, potencial o en acto. Hombres a los que quería seducir. O que me querían seducir. O que ya nos habíamos seducido. No había otro motivo por el cual yo, que desde los cinco años cuando entré a primer grado, jamás había dejado de estudiar, deseara frecuentar clases y seminarios después de recibirme. De golpe el mundo se había reformulado: mis estudios tenían exclusivos fines eróticos: "¿Por qué le sonreíste a aquel compañero? ¿Y ese profesor quién es? ¿Te gusta? ¿A dónde fueron después de clases?", etc. Lo de rutina. Cada reunión compartida terminaba en desastre. Luego, el rouge, el escote, el jean, la pollera corta. Luego, la ampliación de mis intereses sentimentales: el plomero, el electricista, el vecino, el cerrajero, el portero, y así, indefinidamente: yo era una ninfómana que deseaba a todo el mundo, menos a él, claro está.  Al menor reclamo, el llanto, el pedido de perdón o la actitud policial: "Tengo miedo de perderte". "No niegues que le sonreíste". Y todo el libreto harto conocido de cualquier manipulador. 

En una ocasión tuve la “desgracia” que, durante una noche de sábado, en plena Corrientes, dos actores muy famosos, y muy atractivos, posaran la vista sobre mí. Como lo habrán hecho dos segundos antes en la mujer que me precedió. Y dos segundos después, en la que venía detrás mío. Los odió hasta el último día. Solía pararse en el umbral, con esa mirada inquisidora de quién busca el crimen antes de ser cometido, mientras me estaba arreglando para salir, y me espetaba aquello de que "esos dos me habían mirado". Deducía, con su modo particular de sentarme siempre en el banquillo de los acusados, de que yo, seguramente, les había transmitido algo con la mirada, los había provocado, etc., etc. Y así con varios. Yo conocía el argumento de memoria. A mi mamá, por carácter, esos reclamos la encerraron en casa durante décadas. A mí en cambio, baqueana en esto de tratar con psicópatas que encima pasan a la acción, me provocaban al enfrentamiento. A visibilizar las verdaderas intenciones. Entonces, el rouge más intenso, la risa más fuerte, el escote un poco más profundo. ¿Ves?, soy indomesticable, como me conociste. Hasta algún punto, lo disfruté: venganza tal vez.

El error: la semana siguiente empezaba un seminario. Durante toda la noche, Googleó si el docente que lo dictaba era casado. Desconozco qué descubrió. Pero me despertó a los empujones a la mañana y me dijo que yo solo quería volver a la juventud libertina de la universidad, donde “me acostaba con todo el mundo”. Mareada de sueño (solía hacerlo a menudo, casi como una tortura), me incorporé y le dije que se fuera al diablo. Seguí durmiendo. Su mente, sin embargo, siguió trabajando. A la noche, convencido seguramente de que el docente, cuyo nombre ni siquiera recuerdo, y yo huiríamos juntos a alguna playa remota, vino la amenaza: “si me dejás, te tiro ácido a la cara como hizo tu papá con tu mamá”. Recuerdo que yo estaba en la computadora escribiendo. Craso error de su parte: nuestro hijo estaba presente. Lo eché de mi casa. Pero volvió al día siguiente, rompiendo puertas, cerrojos y cadenas, llorando, pidiendo perdón. Pero convencido de que tenía razón.

Ese día empecé a pergeñar una estrategia diferente: cómo sacar, definitivamente, a un psicópata de mi vida (y de mi departamento).

(Este testimonio, aquí ampliado, consta en la declaración que realicé en la Oficina de Violencia doméstica, en junio de 2017).